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En 1857, el francés Édouard-Léon Scott de Martinville (1817 – 1879) patentaría el Fonoautógrafo, primer instrumento capaz de grabar y reproducir sonido. Esta invención sería la primera de una revolución tecnológica que haría fuerte impacto sobre la música. Le seguirían el fonógrafo de Thomas Alva Edison (1847 – 1931) que reproduciría un cilindro de cera, y el gramófono de Alexander Graham Bell (1847 – 1922) y Emile Berliner (1851 – 1929) que lo mismo hacía con los discos de laca. El último sería fundador en 1898 de la Deutsche Grammophon, que tendría una competidora inmediata tres años más tarde, la Victor Talking Machine Company, posteriormente conocida como Radio Corporation of América o RCA Victor. La música dejará de ser el método de engrandecimiento del ego de una clase nobiliaria vencida para convertirse en el negocio de una burguesía triunfante y vigorosa: Al fin Hermes recobraba su lira perdida. Posteriormente novedosos inventos como el magnetófono suplantarían a sus predecesores. Reducirían el nivel de ruido y aumentarían la resistencia a las reproducciones hasta llegar a la era digital. La música culta sufre una profesionalización similar a la de las fábricas de Henry Ford (1863 – 1947) en donde la producción en masa requiere que las tareas estén repartidas a tal punto que los polinstrumentistas que componen como se convertirán en rarezas. La composición queda en propiedad casi exclusiva de los compositores, aunque en el caso de los guitarristas, esto sucedería en la segunda mitad del siglo. La corrientes estéticas ya no durarían siglos sino años o incluso meses, toda clase de ismos y neos invadirían el panorama musical como nunca antes había ocurrido: impresionismo, primitivismo, blues, jazz, nacionalismo, folclorismo, modernismo, expresionismo, dodecafonismo, neoclacisismo, realismo, objetivismo, serialismo, futurismo, ruidismo, minimalismo, neoromanticismo, rock, pop, metal, techno, poliestilismo, fusión y tantas otras corrientes que sus sentidos y definiciones se pierden en la anomia.

Ya había efectuado grabaciones el romántico Tàrrega en fonógrafo, de las cuales hoy aún se conserva una Gavota. También sus alumnos Miquel Llobet, Daniel Fortea i Guimerà (1878 – 1953), Emilio Pujol Vilarrubi (1886 – 1980), si bien los tres compusieron repertorio en estilo posromántico, este repertorio no fue numeroso, por lo que pasaron a la historia más por virtuosos y pedagogos que por compositores. Entre los alumnos españoles de Llobet cabe destacar a Domingo Prat (1886 – 1944), y al guitarrista del siglo XX, Andrés Segovia Torres (1893 – 1987), que inicialmente fue autodidacta. De igual forma pasó con José Tomás (1934–2001), quien posteriormente estudió con Emilio Pujol, entre otros. Los hermanos Regino (1896 – 1981) y Eduardo Sáinz de la Maza y Ruiz (1903 – 1982), en cambio, fueron alumnos de Fortea. La obra de estos guitarristas ni es basta ni para otros instrumentos por fuera de la guitarra, su carácter es profundamente nacionalista y se dedican a las pequeñas formas tonales en las que hacen uso tímido de disonancias. Puede considerarse una excepción al caso de Prat, que por haber desarrollado su carrera en Argentina compone en idéntico estilo pero usando ritmos y giros rioplatenses. También lo es José Tomás, que no se lo conoce como compositor. Narciso García Yepes (1927 – 1997), quien sería alumno de Regino Sáinz de la Maza en Madrid, tampoco compondría, pero introduciría la digitación ternaria en la mano derecha, lo que daría más posibilidades velocísticas al instrumento. Celedonio Romero (1913–1996), pese a ser completamente autodidacta en su técnica guitarrística, fue otro gran docente y ejecutante de guitarra clásica, fundador del cuarteto de guitarras que lleva su apellido, además de enseñar a sus hijos Celin (1936), Pepe (1944) y Ángel (1946), fue maestro del norteamericano Christopher Parkening (1947). Pero sin duda, el guitarrista con más legado pedagógico fue Segovia, cuyos alumnos más destacados fueron el uruguayo Abel Carlevaro (1916 – 2001), Alexandre Lagoya (1929 – 1999) , el mismo José Tomás, el venezolano Alirio Díaz (1923), el inglés Julian Bream (1933), Oscar Ghiglia (1938), el australiano John Williams (1941) y el estadounidense Eliot Fisk (1954).

Nace a finales del siglo anterior una escuela latinoamericana de guitarra iniciada por el argentino y paraguayo Gustavo Sosa Escalada (1877 – 1943) cuyo alumno Agustín Pío Barrios (1885 – 1944) fue indudablemente el más notable de los guitarristas-compositores sudamericanos. Quien pese a cultivar también las formas pequeñas, su magnum opus, «La Catedral», demuestra una concepción mayor a la de sus contemporáneos. Compuso una cantidad de títulos infrecuente para su generación en lo que demostró su desempeño fluido en varios lenguajes nacionales, así como una concepción moderna de la guitarra cuyas exigencias técnicas al ejecutante se adelantaban a varias generaciones. Otro pedagogo argentino fue Julio Salvador Sagreras (1879 – 1942), cuyo método en seis tomos aún se sigue usando en los conservatorios del río de la plata, también fue compositor. Su alumno Antonio Sinópoli (1878 – 1964), que también lo fue de Prat, hizo una conocida revisión del método de aguado. Fue también alumna de Prat y Llobet la gran virtuosa y también compositora María Luisa Anido (1907 – 1996). Vicente Emilio Sojo (1887 – 1974) difundió la guitarra en Venezuela, en donde tuvo como alumno a otro destacado compositor sudamericano del período, Antonio Lauro (1917 – 1986). Éste fue uno de los pocos guitarristas-compositores del período en haber compuesto más allá de la guitarra, especialmente destacado por su música coral y sus valses venezolanos de estilo posromántico, que le han dado el apodo del “Strauss de la guitarra”. Tanto Barrios como Lauro son compositores anacrónicos por sus fechas de vida, mas sus estilos tan personales los hacen ser referentes en el repertorio de guitarra. También fue su alumno de Lauro el mencionado Alirio Díaz. No se destacan de esta otros autores de características similares como los uruguayos José Pierri Sapere (1886 – 1957) o Atilio Rapat (1905 – 1988) ni el argentino Abel Fleury (1903 – 1958), compositores más simples tanto armónicamente como desde el punto de vista de la dificultad. João Pernambuco (1883 – 1947) es un guitarrista autodidacta embebido en las raíces folclóricas, sus criterios armónicos lo destacan de los anteriormente citados por su escasez de material triádico. Heitor Villa-Lobos fue multinstrumentista, sin duda el mejor compositor neoclásico que compuso para la guitarra. Su repertorio tiene en común con el de Barrios que pese a exigir mucho virtuosismo por parte del intérprete, no deja de ser totalmente guitarrístico y cómodo, su música se basa en posiciones de los dedos que con pequeños cambios resultan en resultados y colores diferentes, su música está pensada netamente desde los trastes. Sus preludios y estudios son obras obligatorias en todos los conservatorios superiores y su concierto para guitarra amplificada17 y orquesta es uno de los más representados junto con las obras para guitarra y orquesta de Joaquín Rodrigo. Trabajó al lado del brasilero el ya mencionado Carlevaro, quien además fue discípulo de composición del mismo. El Carlevaro compositor no presenta grandes diferencias estilísticas con el brasilero, tal vez sí de inspiración y divulgación. Sus obras más destacadas son los «Preludios americanos» y su «Concierto del Plata» para clavicémbalo y guitarra muestran un lenguaje armónico más avanzado que es poco frecuente especialmente entre los guitarristas-compositores. Un compositor menor pese a sus 115 obras y más de 300 transcripciones y arreglos fue el pedagogo uruguayo que se radicó en Brasil y fue una pieza clave en el desarrollo de la escuela brasileña de guitarra clásica: Isaías Sávio (1900 – 1977). Sus alumnos Luiz Floriano Bonfá (1922 – 2001), Turibio Soares Santos (1943) y Carlos Barbosa-Lima (1944) gozaron de mayor fama internacionalmente, especialmente el primero, autor de las célebres «Manhã de Carnaval» y la «Samba do Orfeu», incluidas en la banda sonora de «Orfeu Negro» (1959). La escuela de guitarra cubana es algo más tardía, brota a partir de Isaac Nicola (1916 – 1997), quien fuera alumno en París del aludido Puyol. Sus alumnos de mayor jerarquía fueron Jesús Ortega (1935) y Leo Brouwer (1939), que han compuesto toda clase de música. El primero se destaca por sus «Dos poemas de lucha», para barítono, guitarra, violín y cello, sobre texto de José Martí; se hace dificultoso elegir obras del segundo, también con destacada carrera como dirección de orquesta, que tiene una productividad exorbitante tanto en su obra para guitarra solista, de la que es ineludible mencionar sus «Estudios sencillos», «La espiral eterna», «El decamerón negro» o su «Elogio de la danza».

En éste siglo fue cuantiosa la cantidad de autores no guitarristas que se atrevieron a componer para el instrumento. Comenzando por Gustav Mahler (1860 – 1911), quien agregó partes de mandolina y guitarra en su Sinfonía No. 7. También se atrevió Ígor Fiódorovich Stravinski (1882 – 1971) quien compuso cuatro canciones rusas para mezzo-soprano, flauta, arpa y guitarra (1954). También el germano Paul Hindemith (1895 – 1963) compuso un trío de guitarras alrededor de 1930, retitulado Rondo por su editor. Su antítesis, Arnold Schönberg, compuso para barítono, clarinete, clarinete bajo, mandolina, guitarra, violín, viola y violonchello su serenata op. 24 en la década del veinte, igual que sus dos afamados alumnos. Su alumno más radical, Anton Webern (1883 – 1945), dedicó sus Op. 18 y 19 en la década del veinte. Alban Berg (1885 – 1935) incluyó parte de guitarra en su ópera Wozzeck, obra de instrumentación tan grande que les es difícil a las orquestas ejecutarla con su formación original. En la década siguiente el postromántico Virgil Thomson (1896 – 1989) compuso la banda sonora de un documental titulado “The Plow That Broke the Plains”. A partir de los cincuenta el citado Reginald Smith Brindle compone obras para guitarra sola: La sonata titulada “El verbo”, “El polifemo de oro”, una “danza pagana” y “un nocturno”. Boulez también compuso su “Le marteau sans maître” en la década del cincuenta, cada uno de los movimientos de la obra responde a una instrumentación determinada, la guitarra se encuentra en el primero junto con una flauta en sol, un vibráfono y una viola; también en el cuarto con marimba, vibráfono, “finger cymbals”, agogó, triángulo, y viola; en el quinto la guitarra toca junto a un cantante, flauta alto y viola; el sexto tiene además de guitarra voz, flauta alto, marimba, vibráfono, maracas y viola; el séptimo es un trío para flauta alto, vibráfono y guitarra; el noveno agrega a éste conjunto un cantante, una marimba, las maracas, dos tam-tams, gong, un platillo suspendido y la Viola . “Die Teufel von Loudun” compuesta por Penderecki (1933) a finales de la década del sesenta, es una ópera en tres actos con libreto de John Whiting, basado en una novela de Aldous Huxley. Luciano Berio (1925 – 2003) compuso a finales de la década de los ochenta su Sequenza XI, dedicada a Eliot Fisk, obra de gran dificultad como todas las obras de éste título.

Mención especial requieren los que entre guitarristas se denominan “autores segovianos”. Compositores no guitarristas que dedicaron obras al virtuoso y este popularizó en sus discos. Entre ellos se encuentran el mexicano Manuel Ponce (1882 – 1948), los españoles Federico Moreno-Torroba (1891 – 1982), el italiano Mario Castelnuovo-Tedesco (1895 – 1968), el polaco Alexandre Tansman (1897 – 1986) y parcialmente podría ser incluído Joaquín Rodrigo (1901 – 1999). Todos ellos mantienen una estética de clara línea neoclásica lindante con el romanticismo. A Ponce se lo conoce principalmente por su canción “Estrellita”, pero lo más esmerado es su obra para guitarra, que incluye diez sonatas para guitarra18, variaciones sobre tres temas diferentes, veinticuatro preludios, dos suites y un concierto para guitarra escrito en 1941. Tansman, quien se destaca por las bandas sonoras del cine de Fritz Lang, compuso su “Cavatina” y su “Suite in modo Polonico” (1962). Castelnuovo-Tedesco, quien fuera docente del John Williams compositor y autor de cinco óperas y cuatro ballets, compuso cuatro conciertos para guitarra y orquesta de los que el más conocido es el Op. 99 en re mayor, otros menos conocidos son su op. 160 en do mayor, “Serenata Op. 118”, Op. 201 para dos guitarras y orquesta, otras obras destacadas para guitarra sola son su “Tarantella” y su “Capricho Diabólico”. A Federico Moreno-Torroba se lo conoce como compositor de zarzuelas, mas se lo puede destacar también por su “Suite castellana”, su “Nocturno”, su sonatina “La cortinita”, y especialmente sus cuatro conciertos “Romántico de Castilla”, “Homenaje a la seguidilla”, “Fantasía flamenca”, “Tonada concertante”. El estreno mundial de su “Fantasía flamenca” lo realizó Pepe Romero bajo la dirección de su hermano Ángel en 2007, puesto que la obra fue compuesta como homenaje al guitarrista flamenco Agustín Castellón Campos (1912 – 1990), conocido como Sabicas. Basándose en sus grabaciones recogió las falsetas, a las que le agregó una parte orquestada que contesta las mismas. Sin embargo, la distancia cultural, técnica y musical existente entre la guitarra clásica y la guitarra flamenca ralentizó su estreno, aunque los instrumentos se diferencien apenas por sus maderas. Paradójicamente un guitarrista flamenco interpretó una obra para guitarra clásica antes de lo que tardó un guitarrista clásico en estrenar una composición para guitarra flamenca, lo que retrata una cierto rechazo por el concierto de Moreno-Torroba. Y es que la popularidad del segundo movimiento del “Concierto de Aranjuez” dedicado y estrenado en la década del cuarenta por Regino Sáinz de la Maza llevó a Paco de Lucía (1947) a aprenderlo de oído y ejecutarlo bajo la batuta de Edmon Colomer. El valenciano compuso además una conocida “Fantasía para un gentilhombre” (1954) dedicada a Segovia utilizando fragmentos y melodías de guitarristas barrocos como Gaspar Sanz, un “Concierto Andaluz” (1967) dedicado al cuarteto de los hermanos Romero, un “Concierto madrigal” (1968) en base a temas del autor de la escuela flamenca de composición Jacques Arcadelt y el “Concierto para una fiesta” (1982) para Pepe Romero. También compuso “Tres canciones españolas” para soprano y guitarra y otras para guitarra sola entre las que cabe destacar su “Invocación y danza” y sus “Tres piezas españolas”. Cabe citar por tener un estilo similar al de los anteriores, aunque no sea autor segoviano al madrileño Salvador Bacarisse (1898 – 1963), quien dedicó a Yepes su Concertino para guitarra y orquesta en la menor opus 67.

La introducción de la técnica de grabación llevó a una profesionalización de la música popular que no había existido en los siglos anteriores. Comenzaron a aparecer virtuosos del instrumento en diversas músicas de diferentes partes del mapa, ya sea con la púa o con los dedos desarrollaron una técnica muy favorable para la tímbrica de su música, algunos incluso obtuvieron formación clásica y escribieron parte de su obra. Tal vez los primeros fueron los mencionados Pierri, Abel Fleury y Pernambuco, cuya música nacionalista está probablemente más próxima del folclore que de la música clásica. Pero sin duda el más influyente de su tiempo fue el gitano belga Django Reinhardt (1910 – 1953), quien pese a su temprano accidente en un incendio que le costó deformaciones en los dedos medio y meñique de la mano izquierda y otras heridas varias, tuvo una técnica formidable, no sólo en su capacidad para ejecutar veloces melodías sino también para le ejecución de acordes. Fue fundamental en el desarrollo del jazz manouche y ejerció influencia tanto en la guitarra de jazz norteamericana como en importantes guitarristas clásicos como Leo Brouwer y Julian Bream. También fue uno de los primeros en incursionar en la guitarra eléctrica, aunque él mismo no consideró exitoso al experimento.

La guitarra, o mejor dicho su derivación eléctrica, consiguió mediante a la ciencia electroacústica solucionar parcialmente su problema de la sonoridad. En la década de 1920 se experimentaba con micrófonos de carbón adheridos al puente de la guitarra, el resultado no era bueno ya que la señal captada era débil por lo que el instrumento tuvo que esperar a que Adolph Rickenbacker (1887 – 1976) diseñara la primera pastilla magnética exitosa y, con ella, su compañero George Beauchamp (1899 – 1941) creara la primera guitarra eléctrica exitosa, llamada la “frying pan”, orientada como Lap Steel Guitar para ensambles de música tradicional hawaiana y country. El trombonista Bob Dunn (1908 – 1971) introdujo la “frying pan” en la banda de swing del cantante Milton Brown (1903 – 1936) en las grabaciones con DECCA de 1935, convirtiéndose en el primer guitarrista eléctrico. En 1936, y luego de muchos intentos, la empresa de Orville Gibson (1856 – 1918) consiguió su primera guitarra eléctrica exitosa, su modelo ES-150, una “Electric Spanish Guitar” de 150 dólares a la que siguieron muchas más. Estas guitarras poseían cuerdas de acero, por las que se debió regresar al plectro o púa, que es más resistente para afrontar estas cuerdas.

El nuevo instrumento fue popularizado por los guitarristas de jazz George Barnes (1921 – 1977), que imitó en EEUU al dúo célebre Django Reinhardt, y Charlie Christian (1916 – 1942), el guitarrista de la big band de Benny Goodman (1909 – 1986). Otro importantes guitarrista de folk y jazz fueron Les Paul (1915 – 2009), famoso por el modelo de guitarra que lleva su nombre y “Chet” Atkins (1924 – 2001) pero la guitarra de jazz no se consagraría realmente hasta la aparición de Wes Montgomery (1923 – 1968) y Joe Pass (1929 – 1994). El primero tiene un estilo melódico y “cool” que convierte la octava tímbrica en su principal característica; el segundo, algo más cercano al bop, implementó e hizo suyo el recurso llamado “chord melody”, que se basa en una melodía que se armoniza homofónicamente. Posteriormente surgieron muchos guitarristas de jazz entre los que cabe destacar a Jim Hall (1941), John McLaughlin (1942), George Benson (1943), Pat Martino (1944), John Scofield (1951), Pat Metheny (1954), Al Di Meola (1954) y uno de los mayores exponentes del moderno recurso técnico del tapping, Stanley Jordan (1959), quien usa la técnica para tocar la guitarra a modo de teclado, haciendo la armonía en la mano izquierda y la melodía en la derecha.

Paralelamente, otras derivaciones posteriores del blues como el rhythm and blues, rock and roll, blues rock, rock, hard rock, metal y tantas etiquetas comerciales, sumado a la aparición de filtros analógicos que transforman la señal acústica, hace que poco a poco se desarrolle otro estilo de guitarra. Si bien Jimi Hendrix (1942 – 1970) tiene muchos precedentes tales como Muddy Waters (1913 – 1983), Albert King (1924 – 1992), B. B. King (1925) y Freddie King (1934 – 1976), sin duda sus exploraciones vanguardistas en el uso de ruidos y filtros varios lo hacen ser el fundador de la guitarra de rock. Ésta se desarrollaría principalmente en grupos, generalmente conformados además por uno o más cantantes, teclados, bajo eléctrico y batería entre los que se destacaron Frank Zappa (1940 – 1993), Roger Waters (1943), Jimmy Page (1944), Eric Clapton (1945), Ritchie Blackmore (1945), Robby Krieger (1946), Robert Fripp (1946), Brian May (1947), Steve Howe (1947) y Eddie Van Halen (1955). El dominio técnico de los últimos, sumado al cese del apoyo por parte de las discográficas al rock progresivo y psicodélico, que prefirieron estilos más simples como el pop, hicieron surgir al Shred, una variante más pobre musicalmente aunque extremadamente compleja a causa de su velocismo y dificultad técnica en el instrumento. Sus máximos exponentes son Joe Satriani (1956), Michael Angelo Batio (1956), Steve Vai (1960), Marty Friedman (1962), Yngwie Malmsteen (1963), que compuso una suite orquestal neo-barroca para guitarra eléctrica.

Como la guitarra eléctrica, el bajo eléctrico tuvo un proceso progresivo de creación. A principios de siglo XX, empresas nacientes comenzaron a crear nuevos bajos diseñados para la música country. Gibson lanzó al mercado la “mandobass”, una mandolina con puente y afinación de contrabajo a la que le siguió su “Electric Bass Guitar”, una copia del “bassoguitar” lanzado por Regal pero entrastado y una pastilla magnética que de poco servía, puesto que en aquel entonces los amplificadores no estaban preparados para soportar semejantes graves. Estos eran instrumentos enormes y no competían realmente con el tradicional contrabajo. Recién a Paul Tutmarc (1896 – 1972), un luthier y guitarrista de música country se le ocurrió prescindir de la caja de resonancia, diseñando el primer bajo eléctrico macizo. Este instrumento fue perfeccionado por Leo Fender (1909 – 1991), que en 1951 lanzó su exitoso “precision bass”, que sigue ejecutándose al día de hoy. El instrumento creado por Fender fue popularizado velozmente por el bajista de jazz Monk Montgomery (1921 – 1982) y llevado al estrellato por su primer gran virtuoso, Jaco Pastorious (1951 – 1987). Posteriormente surgieron en el jazz otros bajistas sucesores del último tales como Stanley Clarke (1951), el bajista de sesión Louis Johnson (1955) que además es inventor del slap, Marcus Miller (1959), Victor Bailey (1960), Victor Wooten (1964), que continuaron desarrollando la técnica del instrumento.

Ejemplos sonoros
  • Modernismo
      1. Joaquín Rodrigo
      2. Heitor Villa-Lobos
      3. Mario Castelnuovo-Tedesco
      4. Manuel Ponce
    1. Vanguardias
      1. Leo Brouwer
      2. Luciano Berio
      3. Carlo Domeniconi
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